EL DESVÁN DE LA MEMORIA de TOMÁS PAVÓN
En un tono sincero y cercano, el protagonista de esta novela –que unas veces parece manifestarse como el niño que fue y otras veces como el adulto que es- nos invita a realizar un recorrido por su memoria, una indagación personalísima de la que el lector, incapaz de sustraerse, se deja contagiar y conducir a través de un texto pleno de imágenes evocadoras y sensuales. Así, en esta obra de estructura sencilla que, quizás en virtud de su aparente sencillez, desvela un trabajo minucioso y acabado, confluyen dos planos temporales delineados por la voz del narrador adulto, el cual mira constantemente hacia su pasado desde un presente que va ganando terreno hasta situarse en paralelo con el tiempo evocado: el de los veranos de infancia en casa de los abuelos maternos a principios de los años 70, en un pueblecito del sur de España.
El punto de partida de El desván de la memoria es el hallazgo en Londres de una vieja fotografía donde el narrador aparece retratado de niño y la búsqueda por parte de éste de asideros que le permitan acotar el verano en que la foto fue tomada para finalmente reconstruirlo -o no- junto a su hermano mayor. Pero Tomás Pavón no divide su novela en epígrafes que marquen el curso de la historia, sino que deja que la misma se desenvuelva a partir del fluir del monólogo de su protagonista, quien, haciendo uso de la inflexión íntima de su voz, y de un sutil equilibrio entre el humor y la nostalgia, nos habla de la luz onírica del Mediterráneo, de los deberes escolares en pleno estío (lo que los curas de su colegio llamaban “el repaso”), de los primeros cigarrillos, de las canciones de verano, de las ferias al borde del mar, de una tertulia de rebotica, de un cine al aire libre y, sobre todo, del descubrimiento del amor en un tiempo que parecía vivirse “enamorado del enamoramiento” y siempre a vueltas con el pecado, debido indefectiblemente a esos primeros escarceos sentimentales que, pese a su aparente superficialidad, terminarán constituyendo un elemento clave en el desarrollo de la trama.
No obstante, en los primeros capítulos de la novela, podría dar la impresión de que todo esto es artificio y nada extraordinario fuera a suceder más allá del periplo por las galerías de la memoria. Sin embargo, hacia la mitad, el narrador dedica varias páginas a relatar los avatares de su vida de adulto, que hasta entonces sólo había dejado entrever en diversos párrafos, y a partir de ahí se empieza a percibir que cada detalle tiene un sentido y cada pormenor un significado. Posteriormente aparecerán dos decisivos e inesperados personajes londinenses y esto será suficiente para que las piezas encajen y el lector pueda desentrañar los interrogantes que la narración ha ido dejando abiertos, puesto que se trata de la hija y la nieta de los autores de la foto hallada casualmente por el protagonista.
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